24 de febrero de 2013

Se mueren por hacerlo.

Siempre han sido naturales, lo han llevado todo como antes, como cuando eran dos niños: no se preocupaban por sus sentimientos. Sabían que estaban ahí pero nunca les habían dado importancia, -al fin y al cabo son algo que nace y permanece en nosotros-, pues hablaban entre ellos como si ninguno supiera lo que pasaba por la cabeza del otro.

La realidad era que los dos lo sabían.
Lo sabían como si hubieran paseado por todo el cuerpo del otro y se conocieran cada marca en la piel. Y, quizá lo habían hecho. O no.

El sentimiento actual es la sensación de que algo ha pasado. ¿La realidad? Nada. No ha pasado nada.
Ahora los dos siguen mirando sus perfiles cuando están de bajón o simplemente cuando necesitan recordar sensaciones con las que se sintieron a gusto en su día.
Analizan sus conversaciones de forma milimétrica, mirando puntos y comas, y seguro que hasta se saben alguna de memoria.
Lo que hacen es morderse la lengua y suspirar, para no derramar una sola lágrima más. Lo cierto es que lo hacen, es inevitable.

Pero a pesar de todo, ninguno da el paso.
¿Lo peor? Se mueren por hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario